Semana de la melancolía en Monóvar

 

Dolorosa_MonovarEl insigne escritor llega a su ciudad con toda su familia y los bártulos precisos para pasar en su amplia casa la Semana de la Melancolía, por los recuerdos que reportan, unidos a una actitud en el pueblo entero de recogimiento y de respeto que siempre le han atraído y que permanecen como alma escondida en el fondo de las buenas costumbres de cada persona y de la ciudad entera que, además, mantiene su buen gusto y su más absoluta veneración y miramiento. En cada hogar se abren los arcanos baúles que dejan pasar los aromas que han permitido la conservación de sayales, capuces, dorados cinturones trenzados y acabados en borlas, zapatillas diseñadas al modo de la cofradía, capas blancas, moradas, verdes, rojas, negras… con el escudo grabado al hombro; y luego, cruces de todos los tamaños y materiales, medallas, guantes, pedazos de velas o porta-cirios, cajas de tambor, estandartes por montar… En un tiempo récord se tiene todo dispuesto, lavado y planchado, para pasar revisión, misión encomendada desde antiguo a las mujeres que tiene buen gusto y mejor memoria; cosas probadas en los hogares de esta excelsa ciudad, elegante ella por ser así sus moradores desde siempre.

El esclarecido escritor se sienta en el viejo sillón orejero de sus antepasados y se abandona unos instantes teniendo en sus manos un tomo viejo titulado “El libro de la oración” de fray Luis de León, que le aconsejó Azorín, por los delicados detalles de la Pasión del Señor. La procesión le hace evocar imágenes e ideas tras llamar imperceptiblemente a esa tribu de duendecillos que siempre aparece en los momentos más gratos en los que el cuerpo se afloja y la mente se recrea con visiones bonancibles. En su retentiva aparecen músicas, luces y sombras, representando al Cristo que van a matar, al Cristo que pasa y nos mira ante nuestra expresión cariacontecida como si le viera por primera vez; al Cristo que no puede más con el enorme peso del madero y da la impresión de caerse ante nosotros; al Cristo que ya está muerto entre los brazos de su Madre; al Cristo que es llevado, solemnísimo, a enterrar; al Cristo resucitado que sube al cielo volando entre palomas y ángeles. Retumban ahora potentes tambores que son como llamadas de atención a la conciencia, y le llevan a exclamar, emocionado: ¡qué maravillosa es la Semana Santa de Monóvar; tan devota, tan rigurosa y creíble, tan formal!

 

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