Diálogo de armas y enfrentamientos

dialogarUsted dirá al leer este titular que debe haber aquí un error, puesto que ni las armas ni los enfrentamientos dialogan, sólo se entrecruzan y se agreden. Evidentemente, a esto no se le puede llamar en modo alguno “diálogo”, donde todos creemos que en ellos hay ansias de entendimiento, y nada que se parezca a una acción de terror y muerte. Dialogar, sin mirar diccionarios, se nos antoja sencillamente hablar, conversar (donde hay reciprocidad), preguntar o responder, mantener una charla, expresar una opinión, departir, platicar (en lenguaje hoy desusado)…

Pero todos estamos al cabo de la calle en afirmar seguidamente que eso no es suficiente, porque en nuestra civilización estos verbos los utilizamos habitualmente con la buena fe del que dice y del que escucha y no con la mala idea del que dispara con armas, tira bombas o estampa su vehículo contra la gente, porque el que estas cosas hace (y ya se están pasando los imitadores) lo que viene a romper esos magníficos significados que siempre hemos utilizado para nuestro buen entendimiento, para manifestar pacíficamente nuestro parecer y también para satisfacer nuestra curiosidad, que dicen que la hay maligna y benigna. Explicar este rótulo es aparentar que somos más contemporáneos, ya que existen por ahí sueltos quienes disparan, atropellan, hieren y matan dejando un mensaje.

Tras cada atentado hay un telegrama antiguo de esos que acortaban palabras, tiempos verbales y demás expresiones, quedando como si fueran unas órdenes que hay que cumplir, o apañado vas si las ignoras o las incumples. Un comentarista que estuvo en las Ramblas de Barcelona el aciago 17 de agosto del año que corre como desesperado escribió que las imágenes del lugar, personas segadas en zigzag para garantizar que nadie escapara o se protegiera, nos han impresionado a todos, han querido dejar patente en “su forma de dialogar” que “la victoria del terrorismo es hacer que cambiemos no sólo nuestras costumbres, sino lo que somos”, consistente precisamente en comunicarnos sin obstáculos materiales ni idiomáticos ni ideológicos, donde nuestro diálogo incluye compadecernos, reflexionar y compartir. Nos conmueve más el sonido previsor de las sirenas de las ambulancias que el ruido impertinente de las metralletas. Podría haber sido cualquier otra frase, pero alguien dijo en voz alta, y muchos le corean seguidamente, que “no tenemos miedo”, en plan colectivo y respondón, porque no queremos ser personas aisladas, ni mucho menos cuando se han fraguado sufrimientos que deben ser suavizados con la esperanza y practicando todo buen hacer.

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